El río que corre en las montañas de El Carmen de Atrato, ese que él llama “mi hermano mayor”, parece llevarlo desde la infancia como una promesa, un destino inevitable. Nacido entre las montañas de Chocó y crecido en los humildes pero vibrantes entornos de Tadó, Francisco Mazo Salazar —egresado de Gobierno y Asuntos Públicos de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo— ha estado siempre ligado a dos fuerzas: la persistencia de la educación y el río Atrato, símbolo y testigo de un anhelo que, aunque parecía lejano, ha marcado cada decisión: “Soy lo que soy gracias a Tadó y El Carmen, a sus gentes y a mi familia”, dice, como si cada palabra reconectara los kilómetros entre Bogotá y su tierra natal.
El primer encuentro con la Universidad de los Andes fue un chispazo inesperado, un anuncio en Instagram de la Escuela de Verano en 2017: “No podía creer que existiera un lugar así, me sentí cómodo, sentí que era mi lugar”, recuerda. Lo que él vio no era solo una infraestructura moderna ni el prestigio de la mejor universidad del país; era una posibilidad, una que nunca había considerado real. Sin embargo, entre él y ese sueño se interponía el escepticismo de su familia: “Mi papá me dijo, ‘¿usted sabe quién estudia en Los Andes? Solo los hijos de la gente más influyente de este país, no nosotros’”.
La beca Ser Pilo Paga fue ese impulso que transformó el sueño en una realidad palpable. La noticia llegó un día cualquiera, envuelta en incredulidad: “Pensé que era un aviso comercial genérico, algo para engañarlo a uno con un servicio financiero”. Cuando se confirmó, esa beca fue el pasaje para acceder a una educación que, en palabras de él, le permitiría “honrar al río Atrato”. Su llegada a Bogotá fue un choque, pero también una reconciliación con su propósito: “Sabía que no podía desaprovechar esta oportunidad; cada vez que dudaba, recordaba que estaba estudiando con recursos públicos, y eso me daba más fuerza para seguir adelante”.
Al principio, la carrera de Contaduría parecía la respuesta, pero pronto notó que le faltaba algo. Sin embargo, cuando descubrió el pregrado en Gobierno y Asuntos Públicos, el cambio fue inmediato: “Lloré con las lecturas de esos cursos, leer sobre cómo otros países reducían la malnutrición infantil o mejoraban la educación me hacía querer aplicar eso en mi territorio”. Fue un despertar que conectaba con sus raíces y su deseo de aportar al Chocó, de volver algún día con las herramientas necesarias para transformar su tierra.
Entre los momentos que marcaron su paso por Uniandes, destaca con especial cariño los reconocimientos Dejar Huella que ganó en 2022: uno por Impacto Social Colombia, la organización estudiantil que fundó junto a compañeros de carrera, y otro por su trabajo como voluntario en el Semillero del Pacífico: “Estos premios representan la dedicación y el compromiso que tuve con cada proyecto y lo que significa volver a mi comunidad con algo tangible”.
De regreso a Tadó, esa conexión se convirtió en una misión. Durante cinco años, regresó a su antigua escuela a compartir su historia, a orientar a otros jóvenes que, como él, soñaban con ir más allá: “La primera vez que los estudiantes regresaron a las aulas tras la pandemia fue para una de estas sesiones que yo lideraba”, recuerda, orgulloso de lo que significa para su comunidad tener un referente que demuestra que sí es posible.
Hoy, desde su rol como Asesor en la Gobernación del Chocó, siente que ha cumplido con esa promesa hecha al río: “Soy servidor público en el departamento del Chocó, el rol más dignificante que puedo imaginar”. En su posición, impulsa proyectos que van desde mejorar la infraestructura educativa hasta crear oportunidades para los jóvenes en riesgo de violencia. Y es en estos momentos cuando siente el verdadero peso de ser un Uniandino: “Ser Uniandino significa tener una red de apoyo en torno a la excelencia y el compromiso, y saber que las puertas de la Universidad están abiertas para ayudarme a llevar proyectos a mi territorio”.
Este es su viaje de retorno: no solo el regreso físico a Chocó, sino el retorno a una identidad que ha crecido y se ha fortalecido con cada logro y cada obstáculo. En su historia, la Universidad de los Andes es un aliado, un catalizador que le permite seguir siendo fiel a esa promesa de servir. Para él, Uniandes es el lugar que le permitió escribir su historia fascinante, una historia que, como el Atrato, sigue su curso, poderosa e imparable.